Comentario
Durante el periodo 1350-1416, la Península Ibérica experimentó procesos decisivos en su evolución histórica como el cambio dinástico en Castilla (1369), Portugal (1385) y Aragón (1412), el predominio peninsular de Castilla, el despegue económico-político de los reinos atlánticos, la navarrizacion de los reyes franceses de Navarra y el apogeo de la Corona de Aragón y del reino nazarí de Granada en vísperas de sus respectivas crisis internas.
En un contexto de crisis generalizada la consolidación institucional y política de la monarquía condujo a resultados diversos en función de la diferencia entre el autoritarismo regio de Castilla y el pactismo (pacto entre rey y estamentos) o monarquía contractual propios de la Corona de Aragón y Navarra.
La entronización de los Trastámara supuso una creciente señorialización de Castilla y el auge de las Cortes castellano-leonesas, pero también el impulso de reformas destinadas a fortalecer la autoridad monárquica. Durante este periodo Castilla consolidó su hegemonía peninsular y su proyección en el contexto político europeo.
Entronizado por la nobleza en una guerra civil, Enrique II (1369-1379) tuvo que recompensar esta ayuda mediante una política de grandes donaciones (mercedes enriqueñas) a costa de la Corona. Ello supuso el enriquecimiento y encumbramiento de la nobleza de parientes del rey (encabezada por su hijo bastardo Alfonso de Noreña) y de la nobleza nueva surgida de la guerra (Velasco, Mendoza, Álvarez de Toledo,...) como principales fuerzas socioeconómicas del reino. Enrique II retomó el autoritarismo de sus predecesores (consolidación de la Audiencia como máximo órgano de justicia desde 1369, organización de las Contadurías), pero la contradictoria relación entre monarquía y nobleza fruto de la revolución trastamarista sólo le permitió lograr un precario equilibrio entre ambas fuerzas políticas. El primer Trastámara se apoyó en la baja nobleza de servicio, el clero y los juristas en un reinado que presenció un nuevo resurgir político de las Cortes, ignoradas por Pedro I.
El segundo Trastámara, Juan I (1379-1390), acentuó el proceso de fortalecimiento monárquico iniciado por su padre -reforma del Consejo Real (1385), supervisión de recaudación de tributos mediante una Casa de Cuentas...-. El equilibrio interior frente a la nobleza de parientes y la hegemonía peninsular de Castilla le empujaron a intervenir en la crisis de Portugal (1383-1385), fracaso político-militar que sacudió la estabilidad del sistema trastamarista y le obligó a ceder posiciones ante las exigencias de las Cortes (1385-1387) y de la alta nobleza.
El reinado de Enrique III (1390-1406) representa la culminación del proceso de fortalecimiento regio iniciado por Enrique II. En los primeros años, Enrique III logró un importante triunfo al eliminar a la nobleza de parientes surgida en la guerra civil gracias a importantes personajes promonárquicos como el arzobispo de Toledo Pedro Tenorio. Durante este proceso estalló una gran persecución antijudía (1391), origen del futuro problema converso. El autoritarismo real se tradujo en la pacificación de las ciudades gracias a la imposición del sistema de corregidores, el saneamiento de la Hacienda regia y el fortalecimiento real frente a las Cortes mediante eficaces medidas económicas y administrativas.
Pero el freno real a la señorialización conllevó el encumbramiento de una baja nobleza o de servicio que sustituyó a la alta nobleza de "ricos omes" gracias a beneficios económicos, títulos y cargos concedidos por la Corona (los Enríquez, Manrique, Estúñiga, Dávalos, Mendoza, Velasco con origen en la periferia norte de Castilla; y los portugueses Acuña, Pacheco y Pimentel, emigrados desde 1385). Estos linajes serán los responsables de las turbulencias de la Castilla del siglo XV. La política nobiliaria de Enrique III también convirtió a su hermano el infante Fernando en el principal magnate de Castilla.
Poco amigo de la guerra, Enrique III mantuvo la hegemonía peninsular castellana y combinó la tradicional alianza con Francia y la obediencia al Papado de Avinón con los intereses marítimos castellanos en el Atlántico. De aquí derivó también el apoyo real a la expedición de Juan de Bethancourt a las Canarias. Su interés por el Mediterráneo le empujó a proyectar una singular alianza con el reino tártaro de Tamerlán, al que envió una embajada encabezada por Ruy González de Clavijo. Poco antes de morir, Enrique III inició los preparativos para una nueva campaña contra Granada que no llegó a realizar.
Entre 1406-1416 se desarrolla la minoría de Juan II y la regencia de Fernando de Antequera. El enfermizo Enrique III murió prematuramente, abriendo una minoría que frenó el proceso de fortalecimiento regio. La regencia fue dirigida por el infante Fernando, que aprovechó su potencial económico y la guerra de Granada para hacerse con el poder frente a la reina Catalina de Lancaster. En 1410 el regente Fernando conquistó Antequera -que le dio nombre-, iniciando un proyecto de conquista total del reino de Granada que Castilla ya no abandonaría. El infante benefició y emparentó a sus hijos con el fin de crear una nueva nobleza de sangre real cuyo poder alcanzara a todos los reinos de la Península. Su breve y decisivo gobierno culminó en el Compromiso de Caspe (1412), donde fue elegido rey de la Corona de Aragón. Sus hijos, los Infantes de Aragón, protagonizaran la política peninsular durante casi todo el siglo XV.